Quienes tenemos una edad recordamos perfectamente las melenas de Rita Hayworth; Lana Turner, Jean Harlow o Verónica Lake. Millones de mujeres en todo el mundo, en una época en la que no había redes sociales  pero sí “influencers” aunque no existiese el término, reconocían en segundos a estas actrices con solo ver sus cabelleras y “copiaban” sus estilos. Hoy cuatro peluqueros nos relatan algunas anécdotas de los peinados más icónicos de la época dorada de Hollywood.

Sin duda el peinado más “escándaloso” de los años 40 fue el de Rita Hayworth en Gilda. En una época en la que la sociedad estaba poco acostumbrada a las mujeres desenvueltas y seguras de sensualidad “Rita Hayworth fue el icono de la belleza y la seducción”. Como explica M.ª José Llata de Peluquería Llata Carrera (Santa Cruz de Bezana, Cantabria) “su peinado, una melena con ondas en color cobrizo que solo cae ligeramente por debajo de los hombros y deja al descubierto todo su escote, consiguió lo que se pretendía, encender las pasiones de un mundo en guerra”. El escándalo no hubiera sido el mismo si la pelirroja más famosa del cine no hubiese combinado  ese peinado con un vestido de satén palabra de honor con una abertura en la pierna. “Esa es la causa, continua Llata, por la que  aunque la película fuese en blanco y negro, todo el mundo imaginase el fuego de su melena, y dijesen las malas lenguas que por ella se inventó el technicolor”.

En la misma época, el peinado de  Verónica Lake, la actriz mejor pagada del momento, era casi tan famoso como ella, tanto que todas las mujeres de Estados Unidos lo querían. De hecho era  tan popular, cuenta Carlos Valiente de Salones Carlos Valiente (Alzira, Valencia), que “en la entrada de los salones de peluquería se colocaban carteles diciendo “No hacemos Lake”. Este peinado creó mucha polémica en la época  porque muchas mujeres sufrían accidentes de coche y laborales porque no veían bien”. El asunto llegó hasta la Casa Blanca y el gobierno de los Estados Unidos advirtió a los productores para que tomasen medidas con urgencia. La Paramount obligó por contrato a la actriz a cambiar su peinado, algo a lo que ella accedió a regañadientes porque tenía miedo de que no la contratasen y “de hecho, añade Valiente,  los accidentes disminuyeron y su carrera también, con el peinado le quitaron su identidad”.

Sin duda la representante por excelencia del glamour y la vida extravagante sin perder en ningún momento su imagen impecable fue Lana Turner.  Se casó ocho veces,  vivió numerosos romances y su poder de influencia era tal, que su imagen la copió hasta Eva Perón, que no ocultaba su admiración por la actriz. Según Felicitas Ordás de Felicitas Hair (Mataró, Barcelona), “en un clip de noticias de 1942 se promocionó su peinado y se animaba a las mujeres estadounidenses a imitarlo. Siempre acompañaba sus peinados con joyas y adornos para el pelo: sombreros, piezas florales, tejidos y hasta plumas. Del mismo modo, pasaba rápido del largo al corto”. Fue una de las actrices más rentables y más influyentes en el público y protagonizó  diferentes campañas tanto para para cosméticos como para dulces. Pero no sólo creó tendencias con sus peinados, “en 1946,  recuerda Ordás, lanzó una nueva moda tras aparecer con pantalones cortos blancos en “El cartero siempre llama dos veces” de Tay Garnett.”

Una década antes que las anteriores, Jean Harlow se convirtió en el sex-symbol del cine. Su rubio platino fue su seña de identidad y su fama no paró de crecer hasta que murió durante el rodaje de “Saratoga” a los 26 años. En 1931 rodó “La jaula de oro”, aunque el director decidió cambiarlo por “Rubia platino” y fue un acierto, muchas mujeres la imitaron y se tiñeron el pelo como ella, afirma Gonzalo Zarauza, peluquero y asesor de imagen de San Sebastián. Incluso se organizó un concurso con un premio de 10.000 dólares para el peluquero que mejor consiguiese el tono rubio de la actriz. Ninguno lo consiguió. De esa manera querían demostrar que su color era natural. Y no lo era. En realidad, como confesó su peluquero muchos años después, “en su cabeza había un infierno. Mezclaban peróxido, amoniaco puro, cloro y hojuelas de jabón”. Como dice Zarauza,  “era una época en la que el cine comenzó a ser una fábrica de sueños, las estrellas no debían ser vistas como meras mortales, era fundamental crear una imagen exultante a base de lujo, excesos y el rubio platino era uno de ellos”.

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