Hay un debate abierto que lleva unos cuantos meses recorriendo sin freno las ciudades de medio mundo y ya era hora de abordarlo. De cara, sin miedo. En las oficinas, en los bares, en las terrazas de las amigas y hasta en el mismo Congreso de los Diputados no se habla de otra cosa. ¿Cómo está el tema de las barbas? ¿Están in o out? ¿Son tendencia o están más acabadas que el vídeo beta? ¿Me afeito o me dejo crecer el vello facial cual hípster en chaqueta de tweed? La dificultad para elegir un bando es que recibimos tantos mensajes que uno ya no sabe a qué carta quedarse. Y lo peor de todo es que muchos son contradictorios. Por un lado, las firmas cosméticas que cuentan con una línea de maquinillas me aseguran que casi el 90% de las mujeres nos prefiere afeitaditos. Por otro, las que tienen a la venta gadgets de styling facial me juran por lo más sagrado que más del 85% de las féminas en edad de merecer se vuelven locas por una bien cuidada combinación bigote-perilla. Como es lógico, llegados a este punto a mí me entra la duda y no sé qué hacer con mi vida. O los estudios los hacen los becarios mientras juegan al mus el fin de semana o es que las españolas no le hacen ascos a nada: con y sin barba, como osos y depilados totalmente, con barriguita cervecera y con six pack
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El problema de verdad no es la barba en sí, sino quién la lleva. Cuando Brad Pitt o George Clooney se la dejan crecer (la barba) oigo mucho comentarios femeninos del tipo “los tíos estáis muy guapos con barba” o “a mí, desde siempre, me han encantado los hombres con barba”. Pero claro, cuando en el telediario sale Mariano Rajoy luciendo la suya (la barba), las valoraciones van por otros derroteros. Y es que si Brad o George saliesen a la calle con una fregona en la cabeza, ni tan malote. En cambio, aunque el presi se vista de Tom Ford… Pues eso.

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Y todo este lío de las barbas viene porque la semana pasada, un colega de esos de largo recorrido me recordó que cuando cumplí los 30 dije que la próxima fiesta que diese sería la de mi cerramiento de barba. Una especie de fin de año en casa de Charlie Sheen, con un par de ambulancias en la entrada como declaración de intenciones. Y ha pasado una década y sigo igual. Mi vello facial no ha conquistado nuevos territorios, ni siquiera un mísero centímetro, y lo único que ha cambiado en este tiempo es que los cuatro pelos se han convertido en canas. ¡Lo que hubiese disfrutado yo con una barba bien cerradita! ¡Qué suerte tienen algunos! ¡Como la Pantoja!

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