En el mundo de la perfumería dónde prácticamente está todo inventado sorprende, al margen de los gustos de cada uno, que alguien se atreva a romper con las reglas, a salirse del camino y a establecer nuevas rutas olfativas. Es difícil, sí. Arriesgado, por supuesto. Y más si intentas hacerlo con un clásico que en su día, hace casi cuarenta años, también puso en jaque al establishment olfativo. Intentar convencer a las hijas de aquellas atrevidas que, en esos años, osaban utilizar Opium para que lleven un perfume de la misma marca, con el mismo nombre y prácticamente el mismo frasco que sus madres no es sencillo. Pero Yves Saint Laurent se ha propuesto conseguirlo y yo, al menos, no dudo de que lo va a conseguir. Ya lo hizo una vez y tiene experiencia en este tipo de retos.
La idea estaba clara: Black Opium tenía que ser una fragancia moderna, original, exquisita y con múltiples facetas. Para lograrlo Yves Saint Laurent reunió a cuatro maestros de la perfumería y cada uno de ellos se encargó de un acorde: Nathalie Lorson creó la nota de café intenso, con una concentración que nunca se había empleado en una fragancia femenina; Marie Salamagne imaginó el acorde más enérgico en torno a las notas de pera crujientes y el toque vibrante de la baya rosa; Olivier Cresp se concentró en el carácter más adictivo de la fragancia y Honorine Blanc, propuso un magnífico bouquet de flores blancas. El resultado: una fragancia oriental de nueva generación para esa generación que comparte edad, gustos y “maneras” con Eddie Campbell, la musa de Black Opium.