No existe un solo mes al año en el que los beautywarriors no tengamos programado un viaje, incluso varios en época de presentaciones. Los hay de todo tipo: desde el clásico a París de ida y vuelta en el mismo día (lo que en nuestro glamuroso argot denominamos un meteysaca y que es un verdadero palizón) hasta los que duran casi una semana (y que mis colegas con hijos gustan de llamar la Santa Semana). Y claro en cuanto dices la palabra viajar, la peña lo asocia con las vacaciones de verano y da por sentado que tienes el mejor curro del mundo. De hecho, mis amigos de toda la vida y que no comparten profesión se piensan que ando por ahí moviendo el tacón, de turisteo por ciudades la mar de cosmopolitas con un Manhattan en la mano mientras un guía experimentado te desvela los secretos de tal o cual catedral. ¡Qué chollo de curro el tuyo! ¡Y encima te pagan!, murmuran entre dientes con un deje de pura maldad cada vez que los dejo colgados en la partida de mus de los miércoles para acudir a sabe dios qué cena de gala en la otra punta de Europa

Pues están todos muy equivocados. Primero porque no siempre nos pagan y segundo porque los viajes de prensa no son exactamente unas vacaciones all included. Está claro que currar con el Big Ben o con Notre-Dame de fondo es mucho más grato que estar en la redacción muerto de frío porque el aire acondicionado se ha alzado en armas en pleno marzo. Pero lo que no mola tanto es que mientras tú estás trabajando allende los Pirineos, nadie está escribiendo tus artículos ni arreglando tus marrones. Todos ellos te estarán esperando a tu vuelta, encima de tu mesa con un post-it que reza “Urgente”. Y cuanto más largo es el viaje, más alto se va haciendo el montón. ¡Yuju! ¡Cómo mola viajar! Pero lo peor de los viajes de prensa es dormir (o no dormir) fuera de casa. Las marcas siempre nos llevan a unos hotelazos de traca, eso que vaya por delante. Algunos son ultramodernos, con más botones en la entrada de la habitación que el ascensor del rascacielos y que no sabes si estás dejando tu equipaje en el armario empotrado o en el cuarto de baño. Otros destilan solera hasta por los tapices que decoran las paredes y en sus habitaciones se han hospedado desde reyes y princesas hasta jugadores retirados de balonmano. Seguramente con lo que cuesta la estancia de una noche me pago yo la hipoteca de medio año y hago unos arreglitos en la cocina, que falta le hace.

Pero a lo que voy, que da igual las estrellas que tenga el hotel o los cantantes de rock que hayan destrozado sus suites, que yo no pego ojo. Las razones son varias e influyen de manera distinta: el cambio de presión del avión, el jetlag, que no estás en tu dormitorio, que tus rutinas diarias se han hecho pedazos, que llevas doce horas sin sentarte, apenas sin comer, sobreviviendo a base de chicles de nicotina y nueces que alguien lleva en el bolso, caminando como un pollo sin cabeza por una ciudad que no conoces, que si transfer para aquí, que si transfer para allá, socializando con el director general de márketing para Europa y Asia o con la jefa de formadores para toda América Latina o el esfuerzo mental que supone el entender y hacerse entender en inglés. Yo no sé qué será. Total, que llego a la habitación del hotel, me siento en la cama, me descalzo y pongo la mirada del búho. Estás tan cansado que no puedes ni dormir. Todo es extraño y echas de menos tu cama, el goteo rítmico del grifo del lavabo (mañana lo arreglo), la cisterna del vecino que hace que las paredes vibren, la almohada viscoelástica que conoce la forma exacta de tu cabeza y, lo más importe, la respiración, más pausada tras el primer sueño en el sofá, de tu pareja, que irradia ese agradable calorcito que sin duda induce al descanso. Pero claro, por estos detalles no conceden estrellas ni apareces recomendado en las guías. 

Por eso me he alegrado mucho cuado me he enterado del programa “Sueña con nosotros” que ofrecen los Hoteles Silken. Cuentan con una carta de almohadas bastante extensa, con otra de infusiones relajantes, con sales y geles de baño pensados para el relax, las habitaciones disponen de aromaterapia y además tienes la posibilidad de elegir una cena de fácil digestión que favorezca el descanso. Pero lo mejor de todo es la novedosa terapia Relax.Art. Es una mantita basada en una suave estimulación de pulso bioeléctrico que regula los síntomas causados por el estrés, reduciendo el nerviosismo y favoreciendo la relajación. Además, disminuye los dolores musculares y de cabeza. ¿Que cómo funciona? El insomnio o la ansiedad sobrecargan el sistema nervioso alterando nuestras ondas cerebrales. La mantita invierte estas alteraciones, sincroniza las frecuencias y devuelve el equilibrio a nuestro sistema nervioso. Al normalizarse nuestra actividad cerebral, el cuerpo entra en un estado de relajación. Y lo mejor de todo es que no notas absolutamente nada y lo único que tienes que hacer es tumbarte sobre ella media hora. De momento está disponible en los hoteles Silken Puerta América de Madrid, Gran Domine de Bilbao, Diagonal de Barcelona, Al-Andalus de Sevilla y Zentro y Reino de Aragón en Zaragoza. Y espero que pronto esta iniciativa se extienda por todo el mundo. Por cierto, ¿sabéis qué cuentan las ovejitas insomnes cuando cae la noche y son incapaces de conciliar el sueño? Notarioszzzzzzzzzzzzz.

2 Comentarios

  • Anonymous
    Posted 2 March, 2012 10:46 am 0Likes

    El mejor consejo beauty dormir bien. Yo por lo menos no soy persona si no duermo mis 9 o 10 horas.

  • Anonymous
    Posted 2 March, 2012 12:23 pm 0Likes

    Con lo que me gusta a mi dormir en Hoteles, ya con este sistema creo que será el descanso perfecto…zzzz

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