Es algo que llevamos haciendo a diario toda la vida pero, aunque no seamos conscientes, no todos lo hacemos bien. Que la ducha es fundamental para mantener una buena higiene corporal es algo que tenemos claro. Entre otras cosas es necesaria para evitar, por ejemplo, la entrada de virus en nuestro organismo, sobre todo en lo que a manos y rostro se refiere. Y aunque es evidente que en cuestiones de higiene es preferible “pecar” por exceso que por defecto, también hay que saber que un exceso de higiene puede destruir el microbioma cutáneo, o sea acabar con las bacterias buenas que nos defienden de las malas. Pero hay más errores que podemos cometer y que repercuten negativamente en la salud de la piel. Aquí los tenéis:
Número de duchas. “Ducharse de seis a ocho veces por semana es una cifra más que adecuada para mantener una higiene corporal correcta. Hacerlo más a menudo puede producir que arrastremos y eliminemos en exceso determinados componentes que son necesarios para una buena salud de la piel”, comenta Raquel González, cosmetóloga y directora de formación de Perricone MD, quien añade que: “Si cogemos como costumbre ducharnos dos veces al día, es probable que destruyamos los ácidos grasos esenciales que protegen la hidratación de la piel. Al mismo tiempo, eliminaremos todas las bacterias buenas que nos defienden de los gérmenes”.
Usar productos inadecuados. Para empezar, hay que tener claro que el jabón que usemos en el cuerpo no debe ser el mismo que el limpiador que usemos para el rostro, ya que este último está formulado teniendo en cuenta las condiciones específicas de esta zona, mucho más sensible. En el cuerpo es fundamental contar con jabones que limpien en profundidad, pero que no sean demasiado astringentes, ya que si comprometen la función barrera de la piel, pueden aparecer reacciones cutáneas u otros procesos inflamatorios. “Por ello, siempre son recomendables jabones que se complementen con activos nutritivos o humectantes, como la manteca de karité, para asegurar que el proceso de limpieza no compromete a la piel”, explica Ana Yuste, responsable de formación de Aromatherapy Associates.
Ojo con las esponjas. Aunque son muy prácticas y confortables para distribuir el jabón o el gel de ducha,“son el escondite perfecto para los gérmenes, sobre todo aquellas con menor capacidad de drenado. Puestos a tener esponja, son mejores las de malla, puesto que no acumulan la humedad. Las vegetales y las de otros formatos conviene cambiarlas asiduamente o, incluso, hervirlas en agua cada 7-10 días si el material con el que está hecha lo permite”, añade Estefanía Nieto, directora técnica de la firma Omorovicza.
La temperatura del agua. El agua excesivamente caliente puede irritar la piel o resecarla al promover el arrastre de los componentes lipídicos de la piel, algo especialmente agresivo en pieles con eczema o rosácea. “Siempre es recomendable usar agua tibia. Lo suficientemente caliente como para derretir determinadas impurezas, pero no tanto como para eliminar sustancias buenas para la piel”, concluye Elisabeth San Gregorio, directora técnica de Medik8.
No hidratarse después. Cuando vamos con prisas es fácil que al salir de la ducha, nos sequemos y nos vistamos. Sin embargo, conviene siempre “aplicar una crema hidratante después de la ducha para recomponer el nivel de lípidos que hayamos podido perder. Igual que aplicamos una crema o un suero en la piel del rostro después de limpiarlo, el resto de la piel necesita cuidados similares”, concluye Bella Hurtado, directora técnica de Boutijour.