Vaya por delante que soy de las que disfruta de las Navidades. Tengo un espíritu navideño que no me cabe en el cuerpo. Me gusta la decoración hortera, las películas cursis, las comidas de empresa, las cenas familiares, los modelitos brillantes, los puestos de castañas asadas y los villancicos de Raphael. Pertenezco a ese grupo de mujeres a las que le invade el espíritu de Charles Dickens a mediados de noviembre. Me transformo en un ser angelical, altruista y amoroso. Sin embargo, soy consciente de que no todas vivimos estas fechas derrochando alegría.

En el otro lado están las “proscritas” de la Navidad. Se las reconoce con facilidad. Recorren las calles calculando el despilfarro de luz que este año ha hecho el Ayuntamiento; refunfuñan constantemente cuando las amigas hablan de lo que se van a poner el día de Nochevieja; tuercen el gesto en el súper cuando pasan por la sección de turrones, bolitas de coco y demás bombas calóricas típicas de estas fechas; asisten con desgana a las comidas navideñas y salen pitando antes del brindis alegando una cita médica inaplazable; miran con ojos de asesina al compañero que viene con el jersey de reno, discuten una media de tres veces diarias antes de cerrar la agenda familiar de celebraciones; cambian de canal cuando en la tele ponen por enésima vez Love Actually; les saca de quicio la radio a todo trapo el día de la lotería y los niños de san Ildefonso chillando como gallinas y entran en bucle al pensar en las casi tres semanas que tienen por delante de “ro-pom-pom-pom” y “peces en el río”

A escasas horas del inicio de las fiestas de navidad y con todo el mundo calentando motores, la felicidad rebosa por doquier, las luces navideñas nos atraen a los comercios como las flores a las abejas, y todos andamos repartiendo paz y amor,… pero cuando eres una grinch de manual, el cuento es otro y los días “mas felices del año”, en teoría, se pueden convertir en una inagotable fuente de tensiones, estrés y conflictos familiares. La depresión navideña (también llamada fenómeno Grinch) figura en los manuales de la psicología actual. De hecho, se calcula que puede llegar a afectar, en mayor o menor medida, a la mitad de la población femenina. Y hablo de mujeres, porque de cada tres afectadas, sólo hay un hombre. Las razones son obvias: nosotras somos las que soportamos el peso de la responsabilidad, las compras y los preparativos culinarios, los regalos, la decoración navideña, etc. Ellos, salvo excepciones, se toman la Navidad como unas mini vacaciones blancas, aliñadas con grandes dosis de alcohol y de comida.

El típico bajón navideño se incrementa por la obligación de tener que pasarlo bien a toda costa, un clima de excitación y euforia que estimula los sentidos y moviliza soterrados sentimientos de rabia, ausencias o malos rollos. Los reiterativos mensajes de publicidad del tipo “vuelve a casa por Navidad” tampoco es que ayuden mucho, ni las películas ad hoc, en las que el matrimonio perfecto vive en paz y armonía en una casa perfecta, con unos hijos perfectos y un labrador con pedigreeTanta perfección es un bofetón con la mano abierta a tu realidad, una trampa de “felicidad” que puede generar un problema de frustración en el mejor de los casos. Pongamos, por ejemplo, a esa tía (hermana de tu madre) a la que ves sólo en Nochebuena y año tras año te reitera que tienes mala cara, que con tanto estrés te va a ser imposible encontrar una pareja estable, que porqué has dejado a tu marido, que nunca tendrás hijos… ya con tu edad…

O el marido de tu hermana, machacándote toda la noche con que va a organizarte otra cita a ciegas. ¡Ya llevas cinco y a cada cual, peor!… Y siempre hay algún “capullo” con ganas de liarla que habla de política, de feminismo o de futbol para crear una confrontación. Y tu, ahí, aguantando el tirón y deseando que llegue una hora prudente para largarte a toda prisa, porque si te vas la primera, encima, eres una aburrida o tienes mal carácter.  Ni malo ni bueno, lo que tu quieres es llegar a casa y tirarte en la cama, dormir hasta el 7 de enero como una bella durmiente y que al despertar se haya pasado la Pesadilla de la Navidad. ¡Pero no! A la mañana siguiente, como en el día de la marmota, te espera más familia, más alcohol, más desgaste y más mazapanes. Y esa es otra ¡qué decir de la venganza de la báscula! Es un hecho constatado que el periodo navideño nos deja de recuerdo una media de tres kilos de sobrepeso (eso, de regalo de Reyes). ¡Todo muy guay!

Bueno, pues deciros a todas las grinch  que también a eso se sobrevive, porque lo bueno que tienen estas fiestas es que más o menos sabemos qué va a pasar, cuándo va a pasar y dónde va a pasar.  Con lo cual podemos jugar con la carta de la anticipación. De acuerdo, no es una coincidencia que frases como “tengamos la fiesta en paz” o “se va a armar la marimorena” hagan referencia precisamente a estas fechas, pero estar constantemente, diciendo o pensado, “vaya mierda la Navidad porque…”, no va hacer que mejore, sino todo lo contrario. 

Aquí os dejo algunos consejos para superar estas Navidades de la mejor manera posible:

Aprende a ser egoísta. No quedan días en el mes de diciembre para juntarse con tanta gente. Algunas de las comidas y cenas apetecen, pero la mayoría no. Te rompen la rutina, te obligan a postergar trabajo, no descansas, sólo bebes y comes. Y con ello rompes la dieta y te sientes culpable. Cambia el chip y atrévete a decir “no” de vez en cuando. No puedes estar disponible para todo el mundo y olvidarte de ti misma.

Trabaja el autocontrol. Rara es la que no tiene, año sí, año también, un conflicto. Las relaciones sociales pueden ser una gran fuente de satisfacción, pero también una potente causa de estrés. Es muy incómodo estar obligado a compartir algo tan íntimo como una cena de Navidad con personas con las que no tienes nada en común. Estas situaciones requieren de un gran autocontrol para no empeorar el conflicto. Respira, corre, apúntate a un cursito de meditación, queda con tus verdaderas amigas, lo que sea, con tal de conseguir regular la tensión que se acumula.

Mantente ocupada. Lo ideal es planificar estas semanas con actividades que te gusten y te reconforten, lejos de los belenes, los villancicos y las luces navideñas, y aprovecha los días libres para hacer aquello para lo que nunca tienes tiempo.

Evita el conflicto y piensa antes de hablar. Tener que decir esto parece un absurdo, pero a veces olvidamos la prudencia y nos dejamos llevar por arranques emocionales. Los temas de charla más manidos son los que más conflictos generan. No te digo que hables del tiempo, pero evita los temas que sabes que pueden provocar que salten chispas.

No te fustigues por todo. La Navidad supone gastar mucho. No solo es el dinero que inviertes, sino el tiempo que dedicas para comprar esos regalos y el desgaste de pensar qué le puede gustar a cada uno. El hecho de regalar en sí puede ser muy placentero, pero pensar en tantas personas te lleva a comprar a granel, y eso te hace sentir mal. “¿Le gustará? ¿Será su talla? No sé si ya lo tendrá”. Los grandes almacenes están abarrotados, las colas son un horror y si se añade que estás atravesando una época económicamente dura, el malestar se agudiza aún más. Haz lo que quieras, compra lo que puedas y no te atormentes. El regalo no es lo más importante.

Relativiza las situaciones. Piensa que todo pasa y que es sólo una vez al año. Es sólo cuestión de tiempo. Si cuando pasan las fiestas sigues triste, deprimida o llena de ansiedad, debes preguntarte si tu verdadero problema son las navidades.

Evita discutir con tu pareja. Esta noche toca la Navidad en mi casa, que el año pasado ya la pasamos con tus padres”. “Ya, pero es que mi madre está muy delicada e igual el año que viene no tenemos oportunidad de estar con ella”. “¡Es que tu madre se lleva muriendo ya tres años, Alfredo!”. Discusiones como esta son bastante recurrentes en estas fechas y pueden suponer desde una situación incómoda hasta ser el detonante de una separación. No merece la pena. Elige un momento tranquilo para negociar con ternura, comprensión y empatía. Hay que llegar a acuerdos y en última instancia, si no hay acuerdo, que cada uno pase las Navidades con sus respectivas familias. Tampoco es un drama.

No caigas en la tentación. La Navidad es una época de excesos: se come, se bebe, se fuma y se trasnocha. Es el momento crítico para recaer en todo lo que llevas trabajando durante meses, desde que te pusiste el objetivo en septiembre. Has perdido peso y has conseguido dejar de fumar. La Navidad no es una excusa para volver. Míralo desde otra perspectiva: es un buen ejercicio para poner a prueba tu fuerza de voluntad y demostrarte a ti misma que eres capaz de todo.

Te animo a que lo pongas en práctica. No es un seguro de felicidad navideña, pero algo es algo. ¡Quien sabe!… Puede ser el “Milagro de la Navidad”.

Y como no podía ser de otra manera. Terapia de shock. Os dejo con el “El Tamborilero” en la voz del gran Raphael.

¡Felices Fiestas!

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