Itziar y Candela con trini

Aragonesa de raza, pequeña, activa y lista. Seductora, ágil y siempre dispuesta a practicar el noble arte de viajar, a acoplarse a cualquier meneo de residencia sin una queja. Sensual, de ojos penetrantes y pelo largo y abundante, entre plata y rubio. Cariñosa, buena e infinitamente generosa. Cálida, melosa y fiel. Lleva cuatro años a mi vera, siguiéndome a cualquier lado, con una devoción que me enternece. Sin pedir a cambio más que mimos, caricias y alguna que otra cosquilla.

itziar salcedo

El cuaderno de bitácora junto a ella, ese día a día que trato de atesorar con imágenes y experiencias de mi vida cotidiana, es un compendio de amor recíproco. Si me da por trepar montañas, ella me sigue con sus pasitos cortos pero tremendamente rápidos sin perder mi rastro; si me tumbo a sestear en el sofá de mi Halcón, el nido en el que compartimos soledades y visitas, se acomoda sobre mis piernas, liviana y paciente, mientras yo me embobo con los cambios de luz que me ofrecen los atardeceres y les pongo nombre a animales silvestres que habitan mi jardín: Néstor y Castafiori, (pareja de urracas que nunca me han robado nada, salvo el tiempo que pierdo observándolas); Blanca y Negrín, (un matrimonio de mirlos, ella blanca y él negro, que picotean mis manzanas con avidez); Valentín, (un zorrillo que el pasado 14 de febrero le robó el corazón); y mis okupas felinos (a los que aún no he bautizado porque si lo hago me encariño y cinco gatos en mi nido son demasiados).

itziar con trini

Ella me conoce como nadie, y como nadie me genera esas endorfinas que me ayudan a ser feliz y más bella por dentro y por fuera tan solo con tenerla a mi lado. A ella le cuento mi vida más íntima, mis secretos, mis miedos y mis sueños. Y los entiende y atesora sin desvelárselos a nadie. Sabe cuando estoy triste o enferma. Sabe cuando tengo hambre o sueño, cuando estoy inquieta y cuando perezosa. Lo sabe todo de mí, hasta cómo despertarme con dulces lametazos para que no me pierda las mañanas o la saque a husmear los aromas que le ofrece la vida más allá del umbral de mi puerta. De nombre de pila Triana, en homenaje a mi amigo Eduardo Rodríguez, único miembro vivo del mítico grupo de flamenco/rock, ahora responde por Trini, el cambio de denominación se lo debe a mi Haddock particular, al que ha sabido seducir a poquitos, con carantoñas, ojitos y postureos propios de su diminuta pero grácil figura. Mi pequeña yorkie pesa 2.300 kg. Dos kilos y trescientos gramos de divina energía, de buen rollo, amor y entrega. Un ser txikito de tamaño, pero grande de corazón. No ha sido mi primera perra, ni la única en mi vida, pero sí la que mejor me ha acompañado en ese “cambio”, a veces tan difícil de atravesar, que se llama menopausia. Quizás, gracias a ella, casi ni me he enterado del carnaval hormonal que supone esta fase de la existencia femenina. Ni kilos de más, ni migrañas, ni déficits en mi apetito sexual;… solo algún que otro sofoco y giros de carácter repentinos (ya se sabe, de la euforia a la depre o del pasotismo infinito a la irascibilidad más guerrera sin motivo aparente). Quizás, la particular terapia canina que ha ejercido conmigo, la Triniterapia, debería ser estudiada por los expertos y utilizada como método alternativo de choque en vez de pastillas para realizar el transito hormonal sin desagradables escalas espirituales, físicas o mentales. Tanto ella como yo, nos ofrecemos a la ciencia.

PD.: Dedicado a Purificación Espallargas, cuyas manos se dedican a pinchar para embellecer, porque fue ella la que cuando cumplí 50 años me puso a Trini, entonces Triana, en el regazo. Gracias, doctora, ha sido el mejor regalo de mi vida, tu mejor tratamiento

Comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.