Vivimos en una sociedad cada vez menos auténtica. A la gente no se la valora por quién es o por lo que hace. Esa época ya pasó. Lo genuino no es cool. Ahora somos la funda del iPad, el tono que suena en nuestro smartphone, los cristales de Swarovski de las zapatillas o la marca de un diseñador bordada en los gayumbos que se asoman por encima del pantalón. Estamos, como diría un redactor jefe en pleno cierre, vacíos de contenido. ¿La razón? Que hemos volcado nuestra esencia en cuanto nos rodea porque todo tiene que ser personalizado, desde el interior del maletero del coche hasta los empastes de los dientes. Somos el gimnasio al que no vamos, pero del que hay que ser socio porque está muy in, somos el logo que otea el horizonte a ras de cintura desde la hebilla del cinturón, somos la dieta que seguimos. Somos Dukan, Fulton o hipocalóricos. Somos nuestros seguidores de Twitter o el número de amigos que tenemos en Facebook y con los que jamás nos tomaremos una caña y una ración de gambasplancha. Somos emoticonos a veces sonrientes, otras tristes y casi siempre sorprendidos. Somos muchas cosas, menos nosotros mismos. Somos niños de 12 años con iPhones 5 y niñas de 13 que ya lucen su primer bolso de marca. Somos “Los olvidados”, de Buñuel, en versión 3.0. En definitiva, somos las víctimas civiles de la guerra del marketing, los escudos humanos de la vida ultrapersonalizada.

Thierry Wasser, perfumista de Guerlain
Lo malo es que bajo el mantra vender, vender y vender, los verdaderos protagonistas quedan ocultos, tapados por el manto que tejen la publicidad y los eslóganes pegadizos. Somos lo que nos dicen que seamos. Y es que en el mundo de la beauty pasan desapercibidos los auténticos creadores, mientras los aplausos se los llevan el actor o el modelazo de turno que ejercen de embajadores. Y sino que se lo digan a los perfumistas. No salen ni en la wikipedia. Conocemos la obra, pero casi nadie sabe quién es el compositor. De hecho, en las últimas presentaciones de fragancias a las que he acudido, prácticamente ni se les menciona. Eso sí, el anuncio para la tele lo vemos media docena de veces.


Así que hoy voy a romper una lanza en favor de ellos porque su trabajo es lo más parecido a la artesanía que queda en este universo asaz mercantilista y porque ya está bien eso de vivir a la sombra de las celebrities. Como por ejemplo Thierry Wasser, perfumista exclusivo de Guerlain desde 2008. Nació en Montreux (Suiza) en 1961 y el mundo de los olores lo sedujo desde muy pequeño. De hecho, “mientras los niños coleccionaban cromos de fútbol en el colegio, yo coleccionaba hierbas que luego ponía a secar”, cuenta. Es el padre, entre otras muchas, de Guerlain Homme y Guerlain Homme L´Eau Boisée.

Jacques Polge, perfumista de Chanel
O Jacques Polge, el sir Alex Ferguson de la esencias. Aunque estudió Literatura pronto comenzó su formación como perfumista en Grasse y en Nueva York. Lleva demostrando su inagotable talento en Chanel desde 1978 y entre su amplísimo currículum se encuentran Bleu y esa descarga de adrenalina embotellada llamada Allure Homme Sport Eau Extrême. Le encanta la poesía. Estos son solo dos ejemplos, pero la lista es interminable. Y entre los nuestros, qué decir de Emilio Valeros de Loewe y sus exitosas sagas Solo y 7 o los inimitables Ramón Monegal o Alberto Morillas… A todos ellos y a sus narices, muchas gracias.

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