Ya empezamos con los nervios del cambio de vestuario porque llega el buen tiempo. Ya empezamos a ponernos histéric@s porque lo que era la sospecha de que la ropa del año pasado o de los años anteriores no nos iba a servir, se ha convertido en una cruel constatación. No creáis que todos renovamos la ropa cada año. En absoluto. Más ahora, que ante el momento que vivimos, me parece que vamos a seguir poniéndonos los mismos trapos que compramos en el 2008 y nos van a tener que durar hasta el 2050 por lo menos. No pasa nada, oye, que yo veo ahora a chavales y chavalas que llevan ropa que mi abuela y mi abuelo daban a la parroquia porque estaba pasada de moda.

Lo peor del cambio de estación es lo incómodo que resulta, especialmente en el “mundo pantalón”. Cierto es que siempre se puede sacar un poco la cinturilla, pero los que no sabemos coser y además somos un poco vagos, preferimos pasarlas putas antes que ponernos un dedal, enhebrar una aguja, coger unas tijeras y ponernos a adaptar nuestra ropa a las nuevas dimensiones físicas que hemos desarrollado a lo largo del largo invierno. También se puede llevar a una tienda de esas de arreglos de ropa o a una modista, pero parece que nunca tienes tiempo para ese tipo de cosas y al final ¿Qué pasa? Que te invitan a la boda del hijo de unos amigos (no hace tanto tiempo te invitaban a la boda unos amigos, ahora ya estamos en la etapa en la que esos mismos amigos te invitan a la boda de sus hijos) y te pilla el toro.

  • Joder Mari, ya me has lavado el traje con agua caliente y me ha encogido.
  • ¿Pero qué dices, imbécil? ¿Desde cuándo se lavan los trajes en la lavadora?
  • Pues dirás lo que quieras, pero ha encogido. Mira, coño, si es que no me abrocha el pantalón.
  • Cómo te va a abrochar, si te has puesto como un truño.
  • Pues ya me contarás.
  • Uno, dos, tres, cuatro, cinco…
  • Vete a la mierda Mari, que no me hace gracia.


Te abrochas los pantalones como puedes, haciendo un ejercicio tremendo de inspiración y contracción, metes barriga hasta casi perder el sentido. Por supuesto de la hebilla metálica anterior al botón que se engancha a una presilla, ni hablamos. Esa queda suelta como hay dios. El caso es que por fin introduces el botón en el ojal. Respiras. Ya notas, inmediatamente, la presión que la tela ejerce sobre tu cintura porque no da de sí ni un micromilímetro. Notas también presionadas semejantes partes pudendas delanteras, del mismo modo que eres consciente de que el culo se te queda muy marcado. Para colmo, las pinzas del pantalón se abren como consecuencia de la estrechez… Hasta ahí todo más o menos soportable. Lo malo comienza cuando te metes en el coche y te sientas.

  • ¡Me cago en San Pito, Pato, Mari!
  • ¿Qué te has “dejao”?
  • ¡No me he “dejao” nada, coño, lo que pasa es que voy a explotar!
  • Desabróchate el botón, Jose, que pareces tonto.


Te desabrochas el botón, la cremallera también se viene abajo y así, el camino hasta la iglesia o el juzgado o el ayuntamiento se hace más o menos llevadero. Tras aparcar llega de nuevo la maniobra de abrochado. Durante el banquete, como te has vuelto a desabrochar el botón, más o menos lo llevas bien, pero es que a la hora de pasar a la discoteca del restaurante, donde el DJ ya ha comenzado a pinchar a Rafaella Carrá, que se oye desde el salón, sientes que vas a detonar o que la tela del pantalón se va a rajar como si tu mismo fueses una serpiente que está cambiando de piel. Ahora, a tu exceso de volumen anterior hay que añadir la hinchazón que te ha provocado la comida.

  • ¡Joder!, Mari, qué mal lo estoy pasando…
  • Pues no sé por qué. Está siendo una boda divertidísima y El Juli ha estado muy gracioso.
  • Si digo por el pantalón.
  • Ah. Es que comes sin tino Jose, te lo he dicho mil veces. Ya te has puesto hasta arriba de aperitivos antes de cenar, más luego el menú… ¿De qué te quejas, orejas?


Pasa la boda. Llegas a casa. Estás a punto de vivir uno de los momentos de mayor alivio de tu vida. Te quitas el pantalón. Al ir a ponerte el pijama descubres una raya roja que recorre tu cintura, provocada por tantas horas de presión y entonces piensas la suerte que tiene la gente ordinaria, por poder ir a las bodas en chándal de vestir.

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