Lo conocí físicamente por primera vez hace menos de tres semanas, cuando estuve en la presentación de Viaje a Ceylán, la ultima aventura olfativa de Adolfo Domínguez. Como de todos los perfumes anteriores lanzados por el diseñador, entre ellos el top ten Agua de Rosas, es su nariz, el alma creativa de la composición aromática. Sin embargo, no era la primera vez que su nombre, aunque yo no lo supiera, se colaba en mi vida. Su estreno como nariz lo hizo con una fragancia que rompió moldes y stocks de ventas. Se llamaba Alada (1979) y a mí me lo regaló un noviete cuando cumplí los 17. Y es que Ramón Monegal pertenece a una casta de perfumistas, la de Myrurgia (ahora absorbida por Puig), una saga en la que él ocupa un lugar de honor en la cuarta generación de narices (que así se llaman los que componen fragancias). Después, ya metida en el mundo de la belleza, le he entrevistado varias veces, pero siempre por teléfono, cuando hacía radio, y últimamente por e-mail para que me asesorara en algún reportaje.

En una de las entrevistas radiofónicas en la que tenía que entrar en directo, no hubo manera de localizarle. Y allí me quedé yo, con mis preguntas delante del micro, compuesta y sin nariz que las respondiera. Cuando conseguí hablar con él, resultó que se había equivocado de día al apuntarlo en su agenda y esperaba mi llamada al día siguiente. “Cosas del directo“, le dije yo. Lo que más me gustó fue su forma de enmendar el error (que no tenia por qué, que a todos se nos traspapelan los días), me dejo perpleja, sorprendida. La entrevista tenía que haber versado sobre la nueva tendencia que se estaba imponiendo de personalizar las fragancias. Y sus disculpas llegaron a mi casa en forma de un perfume hecho sólo para mí, con una nota que decía “perdón por una ausencia no querida“. El frasco está en un lugar de honor en mi salón y contiene sin duda todas las huellas de identidad de este perfumista que ha hecho de su pasión su profesión. Incansable, rebelde, singular y amante de lo clásico sin renunciar a la vanguardia, hace tres años decidió abandonar la perfumería comercial y establecerse por su cuenta, convertirse en un autentico autor de fragancias, sin los límites que impone el márketing ni los ejecutivos que lo manejan. 

Un reto que ha consolidado en una pequeña tienda que lleva su nombre en el corazón de Barcelona (Calvet, 3) y que merece la pena visitar, personal o virtualmente (www.ramonmonegal.es) porque es un auténtico templo de esencias y buen gusto; y que ha concretado en una colección de 24 perfumes de autor, 24 joyas olfativas con una historia personal detrás, 24 composiciones armoniosas de notas perfectamente afinadas atesoradas en un frasco de cristal esmerilado que imita un tintero vintage (el que su abuelo tenia sobre su mesa de trabajo), magníficamente amalgamadas que tuve el placer de ir descubriendo una a una, de olerlas y desmenuzarlas oyendo sus explicaciones en primera persona. Un lujo que esta vendiendo con un éxito inusitado en Estados Unidos. Un primer encuentro en el que he aprendido más de perfumes que en toda mi carrera. Porque Ramón se explica con viveza, con pasión, y con la soltura de un maestro. Hablamos de todo, no sólo de fragancias, porque Ramón es un gran conversador, culto, cosmopolita y sabio. 
Aprendí, por ejemplo, que las fragancias se conservan mejor en un frasco de cristal opaco que en uno transparente, que se “contaminan“, por la acción combinada del oxigeno que queda atrapado en la botella y la luz, cuando las dejamos sobre el tocador; que haríamos mejor en guardar la caja de cartón e introducirlas en él cuando nos hemos perfumado; que lo de perfumarse es un ritual que ha cambiado debido a los vaporizadores y que lo de seguir las pautas de Marylin poniendo tan solo unas gotitas de esencia en los pulsos (detrás de las orejas, de las rodillas, en las muñecas…) sólo es práctico cuando la fragancia tiene una base oleosa y no sólo alcohólica y que es mejor sumergirse en la ola del perfume tras vaporizarlo en el aire; que el perfume se puede comer y percibir sus notas en el paladar si se mezcla con destreza con una base de chocolate adecuada; y sobre todo, me ha enseñado a tunear mi propia esencia, la que destilo como mujer, mezclando mi amada Eau d’Issey con otras notas, en pequeñas dosis. Ramón me ha desvelado el secreto: no hay más que utilizar como base nuestro perfume favorito, mejor en forma de body spray y después añadirle los acordes de otra fragancia que le convengan a nuestras emociones. Sí, porque las notas olfativas reflejan emociones o la necesidad de sentirlas. 
He descubierto de su mano cosas como que cuando alguien necesita amor y cariño hay que regalarle esencias donde prime la rosa, que el olor a cuero significa poder, que el patchuli puede reflejar libertad sin resultar hippy sino elegante, que el jazmín unido a la rosa aportan autoestima, que el iris es distinción y el incienso (tan de moda en las fragancias masculinas) supone solemnidad… He aprendido tanto, que no me he podido resistir a la tentación de pedirle a este sabio aromático algo especial. Una fragancia que refleje a que huele el universo de Belleza en Vena. Pero eso es otra historia que ya os contaré. 
De momento, me quedo con el placer de perderme entre el misterio y la sabiduría que destilan las paginas de “La Perfumista”, la novela que ha escrito entre perfume y perfume, editada por Planeta. Una lectura indispensable para todos los amantes de las esencias que que quieran descubrir de una forma amena lo que se esconde detrás de un perfume, su alma desnuda de la manipulación del márketing.

1 Comentarios

  • Silvia Barragán
    Posted 5 November, 2012 5:24 pm 0Likes

    Un artículo muy interesante. Si te lees el libro, me cuentas si te ha gustado. Ah! y muchas gracias por tu "jugoso" comentario sobre tu sonrisa. Besos, Silvia

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