Con el paso de los años me he dado cuenta de que mi yo verdadero solo existe en verano. El resto del año soy un impostor, un avatar de mí mismo que trata de sobrevivir con cierta dignidad y con el menor desgaste posible hasta el próximo periodo vacacional. Y es que durante los días de asueto hago las cosas que de verdad me gustan, las que me hacen feliz. No hablo de viajes a paraísos perdidos ni de grandes aventuras. No, no voy por ahí. Son cosas pequeñas, incluso leves. Levantarse cuando el sueño ya no demande más almohada, alargar la lectura del periódico hasta que coincida con el último trago, ya frío, del café con leche del desayuno, bañarse sin manguitos en una buena novela en horario de oficina, no perdonar ni un solo día el vermú (o caña o tinto con blanca) con su tapita a eso del mediodía, perder la consciencia en siestas perladas de sudor y que sobrepasan con mucho el tiempo recomendado por los especialistas en esto de lo onírico… Los sibaritas de la vida ya sabéis a lo que me refiero: hacer lo que te apetece cuando te apetece. 
El verano es una época mágica en la que los despertadores no existen, el wifi todavía no se ha inventado y capaz de convertir un sándwich de máquina frente al ordenador en una ración de coquinas, media de chocos y unas gambas de Huelva frente a un mar sin fondo de pantalla. Sin trampa ni cartón. La única responsabilidad es tender la toalla al subir de la playa para que al día siguiente esté seca. Pero una cosa es que llegue el verano y otra muy distinta cuándo comienzan las vacaciones. Antes de empezarlas y poner rumbo hacia mí mismo, transcurren unos días urbanos de jornada intensiva en los que los periódicos están en plena operación biquini (ya vienen muy finitos, confirma al peso Carmen, mi quiosquera) y en los telediarios se suceden noticias sobre nacimientos de osos panda en cautividad, zarigüeyas surferas, la última fruslería con rango de trending topic y un litoral patrio trufado de banderas azules. 
Días de alpargatas y de flipflops, de terraceo canalla desde las tres de la tarde donde el error más extendido es “cuanto antes empiece, antes me voy a casa” y de reposiciones televisivas más o menos acertadas (mensaje para los futuros responsables de RTVE: rebusquen en su extenso archivo. Seguro que encuentran algo mejor que Ana y los 7). Son días extraños donde conviven el corazón de una ciudad que trabaja con una mente que ya solo piensa en la semana próxima, en el mes que viene. Y a las fragancias les pasa un poco como a nosotros. Durante todo el año son sensatas, responsables, formales y un poco serias, pero cuando se van de vacaciones se relajan y se vuelven chispeantes, frescas, son más felices, más volátiles, tienen más vida, vibran. Las summer editions combinan a la perfección con nuestro yo real, ese que se deja ver únicamente cuando son las 16 h. y todavía seguimos de aperitivo. ¿Las cuatro de la tarde? ¡Pero os habéis dando cuenta de qué horas son! Os dejo, que me voy a echar la siesta. 

John Queras recomienda: 

-Cool Water Man Pure Pacific, de Davidoff: aromática, fresca y de chispeante salida, esta reinterpretación de Cool Water combina un corazón de albahaca y salvia con una poderosa nota de enebro. Un frasco repleto de la belleza y la intensidad de las azules lagunas del océano Pacífico. Cuesta 47 € / 125 ml. 

Light Blue Living Stromboli, de Dolce & Gabbana: los diseñadores italianos capturan lo mejor del Mediterráneo en esta agua amaderada con un extra de sensualidad. Hedonismo en estado puro. Cuesta 79 € / 125 ml. 


Brit Summer Edition For Men, de Burberry: desde que Christopher Bailey fue nombrado director creativo en noviembre de 2009, la firma british por excelencia está mejor que nunca. Y lo demuestra con esta esencia fresca inspirada en el verano británico. Cuesta 58 € /100 ml. 

L’Eau d’Issey pour Homme, de Issey Miyake: mientras la gran mayoría de los creadores se inspiran en la mar para sus lanzamientos estivales, el maestro nipón va por libre, como siempre, y nos transporta a un oasis especiado y amaderado en pleno desierto. Issey no cambies nunca. Cuesta 52 € / 125 ml.

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