Corren tiempos difíciles en la primera planta del número 8 de la madrileña calle del Arenal. Por primera vez en casi 120 de vida, el señor Pérez ha rechazado una cuña de queso manchego curado, su preferido. La señora Pérez lo mira extrañada y sus tres hijos, Adelaida, Elvira y Adolfo, mueven sus hocicos con recelo. No entienden la falta de apetito ni el deambular taciturno ni la mirada apática de papá. Hasta ayer nada había podido hacer mella en su sempiterno carácter afable y eso que lleva más de un siglo trabajando todas y cada una de las noches del año. Sin festivos ni días libres. Sin reducción de jornada ni tickets restaurante. Sin bajas por paternidad ni huelgas generales.
Incluso se mantuvo firme y no perdió la sonrisa cuando una delegación internacional, encabezada por el Hada de los Dientes inglesa y el Topolino italiano, lanzó una OPA hostil para hacerse con el monopolio patrio del intercambio nocturno de piezas dentales por regalos. ¿La razón? Ha recibido una carta con el último diente de leche de Marcela, una niña de casi nueve años, que estaba escrita en el revés de un folio donde se detallaban los últimos avances en odontología de la Clínica Bowen. Y claro ha perdido la alegría, las ganas de comer y para más inri le ha salido una cana en los bigotes. Su preocupación está más que justificada y esa angustia vital que se le ha instalado en su interior tiene visos de querer arraigar. Entiendo perfectamente el miedo que está pasando el pobre porque el lunes conocí in situ estas novedades.
 Vaya por delante que la genética no me ha bendecido con una buena boca, odontológicamente hablando: esmalte y dentina reguleras, unos huesos maxilares de andar por casa y unos premolares que apenas trituran. Si no hubiese empezado a cuidarme a tiempo, ahora El Cuñaaaaaao me tendría agregado al Facebook. Eso sí, de pelazo voy como un tiro, que conste. Pero sigamos. Debido a esta escasa calidad de serie y a una deficiente higiene bucal durante una loca adolescencia que apenas recuerdo, conozco la consulta de mi dentista mejor que ella misma. De hecho, ha dedicado la cantidad ingente de tiza que he invertido en arreglarme la boca en un chalé en la sierra que ha tenido a bien bautizar “Villa Queras”. En la última década me ha hecho un máster completo: ponerme un implante, empastarme todos los molares y premolares y los paletos por la parte posterior, carillas, coronas, limpiezas, una endodoncia… Vamos, un festín. Así que sé de lo que hablo. Por eso, me ha dado mucha rabia que, ahora que luzco una piñata más que digna y solo necesito cuidados de mantenimiento, hayan inventado la técnica de impresión digital en 3D
Si alguna vez os han realizado un molde de los dientes para haceros una prótesis o para continuar con un blanqueamiento en casa sabéis de lo que estoy hablando. El dentista cogía una especie de horma metálica en U con una lengüeta en la parte frontal. Luego, la rellenaba con una pasta verde y te la encajaba a conciencia en los dientes durante un par de minutos, para que su forma quedase grabada. Pues bien, y como digo me han hecho de todo, sin duda esto ha sido lo peor. Las náuseas y las arcadas, el dentista repitiendo “tranquilo, respira pausadamente por la nariz” y tú pensando “claro, no voy a hacerlo por la oreja, para eso no se necesita un doctorado” e intentando concentrarme para no echar la pota, los ojos que te empiezan a llorar y ese regusto plasticoso en el retropaladar convierten en un verdadero suplicio esos cuatro minutos. Y cuando extraía el molde tirando con fuerza de la lengüeta, con las venas del cuello palpitando, daba la sensación de que te iba a arrancar todos los dientes de cuajo. Además, por muy fino que hilasen los profesionales, las prótesis dentales nunca quedaban perfectas. Pues todo esto ya es cosa del pasado. 


El doctor Bowen y su equipo han sustituido esta tortura por el Rolls Royce de las impresiones bucales: una mini cámara con la misma tecnología 3D que utilizan en el cine. La telemetría láser y la creación de imágenes a tiempo real permiten tomar impresiones con una exactitud desconocida hasta la fecha. Este sistema es cero invasivo, de una precisión absoluta y no puede ser más higiénico. Por fin hemos dejado atrás la Edad Media odontológica. Así que ya sabéis: para amueblarse el comedor no hace falta pasar por Ikea, mal que le pese al Ratoncito Pérez.

1 Comentarios

  • Lenne
    Posted 18 March, 2012 11:22 pm 0Likes

    Jaja buenísimo, yo también he pasado muchas veces por el horror de la pasta esa asquerosa.. Un saludo!

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