El 2012 acaba de nacer y está todavía desperezándose, estirando los brazos y bostezando como cachorro de lince, con los ojillos cerrados. Anda un poco desubicado, el pobre. Remolonea en su cuna de confeti y serpentinas porque no se ve con fuerzas para enfrentarse a la realidad. Dos cuestiones le inquietan sobremanera. La primera es que ha venido con un día de más y no sabe qué hacer exactamente con el 29 de febrero. Su madre le ha dicho que no se preocupe, que son los otros los que nacen con un día menos. Y la segunda es que todos dicen que es el año del fin del mundo y eso no es plato de gusto para nadie. ¿Por qué yo?, son sus primeras palabras, pero su pregunta no obtiene respuesta.
Y es que, si estamos llegando al final como anuncian las profecías más apocalípticas, ¿tiene algún sentido hacer propósitos de año nuevo? Imagínate que decides dejar el tabaco, inviertes un dineral entre los chicles de nicotina, la acupuntura y la hipnosis, estás de un humor de perros durante unos meses, engordas fácil la media docena de kilitos, te pasas acatarrado el resto de tu vida (y nunca mejor dicho) y justo cuando tus pulmones empiezan a notar una sustancial mejoría, cuando la comida recupera todo su sabor y aroma y cuando no tienes que tirar de Ventolín cada vez que subes dos escalones, la Humanidad se va a paseo. No compensa, os lo digo yo.
Cierto es que no a todos nos afecta este tema por igual. Ayer coincidí con mi vecina de enfrente, la señora Angelines, que cumplió el día 3 los 86 inviernos y luce una melena granny chic que es una escandalera. Durante la conversación de ascensor le comenté que según los mayas a finales de este año nos vamos todos para el otro barrio. Me contestó muy seria: “yo no me muevo de la Arganzuela, que llevo aquí desde 1936”.
Como no sabemos a ciencia cierta qué va a pasar propongo para este año una especie de stand by de buenos propósitos o, en casos extremos, decantarnos por aquellos que no supongan demasiado esfuerzo ni mucho sacrificio. De todas formas, las buenas intenciones suelen durarnos lo mismo que un entrenador al Atleti. Oséase, más bien poco. Por eso, en 2012 me he puesto unas metas más realistas: me comprometo a seguir fumando por mucho que las leyes y el sentido común me digan lo contrario, a no pisar un gimnasio, no vaya a ser que me ponga cachas y la gente que me vea por la calle piense “éste no se ha tomado una caña con una buena tapa en su vida”, a aumentar moderadamente el consumo moderado de bacardicola, a leer más poesía, a limpiarme el cutis, por lo menos, una vez al día, a utilizar cremas antiarrugas, que ya las voy necesitando, y a meterme un poco menos con el Real Madrid, porque tengo muchos amigos vikingos que, pese a todo, son buena gente. Además, me propongo seguir sin Facebook ni Twitter y continuar relacionándome con mis colegas cara a cara, intentaré darme de baja del Canal +, aunque no prometo nada que la cosa está bastante chunga, voy a arreglar por fin la cisterna, que lleva goteando desde 2005, incluiré en mi rutina de belleza los sérums y haré un esfuerzo para que no me afecten las noticias sobre la crisis, los recortes, las subidas de impuestos, los ajustes y la aplicación de nuevas tasas (sacacuartos, resume sabiamente la señora Angelines).
Lo que tampoco está muy claro es cómo se apagará el interruptor. Las opciones son múltiples, variadas y a cual más acojonante. Algunos están convencidos de que vamos a ser succionados por un agujero negro creado por el acelerador de partículas. Devorados por la ciencia. Otros piensan que seremos eliminados de la faz de la Tierra por un meteorito. Y digo yo, si el cosmos es infinito, ya es mala suerte que caiga justo aquí, ¿no? Además, como no arrase el planeta entero, algún avispado recalificará el cráter producido por el impacto, lo convertirá en un solar urbanizable y construirá un centro comercial de última generación en menos que canta un gallo. Los más cuartomilenistas apuestan por una invasión marciana. ¿Nos vamos a dejar conquistar por unos extraterrestres de piel verde? Lo mínimo exigido por las leyes intergalácticas es que visiten un salón de belleza y se den un baño de autobronceador. Y que salgan de las cabinas de tratamiento con un tono tan saludable que ni sus madres alienígenas los reconozcan. Y comparto una duda que me surge al hilo de todo esto: si los primos de ET se convierten en los dueños del planeta, ¿se convertirá Alien de Thierry Mugler en la fragancia más vendida?
En definitiva, si el 21 de diciembre llega el fin del mundo que por lo menos nos pille con un cutis y un pelazo imperiales. Y si no, eso que ya nos llevamos ganado. Por cierto, ¿visteis qué suerte tuvo el Madrid en el partido del martes contra el Málaga? Ya estoy otra vez, no puedo evitarlo. Y es que cambiar, así de golpe, es muy complicado. Una cosa antes de irme, ¿alguien sabe con exactitud cuál es la fecha límite para seguir felicitando el año nuevo?
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3 Comentarios
GLOSSANDLIPSTICK
Acabo de terminar de leer y no puedo parar de reir, me han encantado esos propósitos para el nuevo año
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Silvia Quirós
Féliz año nuevo, felices reyes y mucha suerte en esta nueva etapa de nuestra vida! un beso
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