¡Feliz regreso!

A mí es que no me gusta nada hacer las maletas para regresar al mundanal jolgorio laboral. Nada, no me gusta nada. Así que todos los años meto menos cosas en la maleta de venirme, pero da igual, no sé qué misterio ocurre a mi alrededor en mi tiempo de asueto que, cuando emprendo la penosa tarea de hacer el equipaje, no me cabe nada porque mis cosas han proliferado, han criado una prole propia de un matrimonio de conejos bien avenidos.
Después de casi cinco semanas veraneando (por cierto, el término éste de “veraneando” me pone muchísimo aunque resulte tan antiguo como el chotis), aunque he seguido dándole a la tecla porque además de la maleta yo me voy de vacaciones con el ordenador como si fuera un pin, no me ha quedado más remedio que volver a hacerme cargo de mis asuntos en Madrid. Suena bien, pero en realidad es un eufemismo para decirme a mí misma que comienzo de nuevo a currar. Como igual de idealistas me suenan las propuestas que de aquí en ocho días empezaremos a oír, ver y leer en todos los medios de comunicación. El maldito síndrome del regreso. Cómo y qué tenemos que hacer para superar el mal rollo de madrugar, de saber que hasta el puente de la Constitución no hay tiempo de descanso largo más que el breve respiro que nos brinda el fin de semana (y si es que no te toca trabajar el sábado o el domingo como es mi caso). Nos dicen que hay que emprender la vuelta poco a poco, que nada de aterrizar de golpe y asumir la realidad sin pasar por la cámara de descompresión. Yo lo he intentado y me ha dado igual. Casi que prefiero meterme de lleno en el infierno que ir sintiendo poquito a poquito el calor de las llamas. No, esto de la vuelta es mejor hacerlo por las bravas, aunque mi teoría rompa con los criterios políticamente correctos establecidos por los psicólogos más ilustrados. Mejor a lo bestia, lo digo en serio. Es como meterse en la piscina o bañarse en la playa, que vas haciendo el canelo introduciéndote poco a poco, poniendo caritas de “uy que frío“, levantando los brazos en plan gallina para que no se te mojen (una estupidez porque a mí por lo menos ya se me han mojado los sobaquillos y aún sigo con los brazos en alto como si alguien me estuviera poniendo una pistola en la cabeza). Nada, lo mejor es lanzarse de golpe. Sin miramientos y además hacerlo con estilo.
Así que hoy para empezar a currar, me he puesto un vestido blanco (una adquisición nueva de las que hacen que no me quepa luego nada en la maleta) que me queda monísimo porque ahora he pasado del color leche pura al café con leche poco cargado y me encuentro muy favorecida. Para no olvidarme así del todo de mi destino vacacional me he plantado un sombrero de ala ancha que me he puesto durante todo el tiempo que los rayos de sol se han dignado a saludarme (y estando en la Galicia del Norte, han sido escasos) y con el que también me encuentro ideal. Me he encaramado en unas sandalias de 12 centímetros (que las he paseado inútilmente porque no me las he puesto en todo mi periodo de asueto porque no he tenido ninguna gana de que se me crionizaran los dedos gordos) y con mi bolso neo hippie (también adquirido durante el mes de agosto) me he lanzado a la vida laboral de pleno. Y la verdad, ahora que lo pienso, no es tan malo porque he podido volver a ponerme mis modelinis y al fin y al cabo pienso en eso que decía Tagore que yo leía emocionada de jovencita: “si lloras porque has perdido el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”. Vamos que si todo el año estuviera de vacaciones, dejarían de ser vacaciones. Así que a todos ¡Feliz regreso!… y que cada uno se meta en el agua de sus nuevos berenjenales al paso que mejor le vaya. Sin que le salpiquen los consejos manidos de los expertos
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