Lo de que lloraban, ya lo sabíamos. Al fin y al cabo los muchapastez, como los llamaba el genial Ibáñez en sus historietas de Mortadelo y Filemón, tienen corazoncito, una madre, un padre, unos hijos y muchos perritos que les ladren. Vamos, que además de dinero a espuertas, también tienen sentimientos. Lo que yo no sabía es que además sentir pena, pasan hambre. De la auténtica, de la de no comer. ¿Qué como lo sé? Lo he visto con mis propios ojos. Acabo de regresar del Tirol Italiano, del Palace Medano/ Espacio Henri Chenot, (www.palace.itwww.henrichenot.com ) de experimentar en mis carnes una de esas curas de desintoxicación en plan Maradona, Ernesto de Hanhover, Flavio Briatore o el clan de los Missoni, que son algunos de los personajes que por H o por B se ponen en manos de Henri Chenot para deshacerse de adicciones, miasmas, colesteroles y kilos de más.


Y es que este hombre, de origen español por cierto, tras más de tres décadas dedicado al estudio de la salud del ser humano, ha puesto en marcha el Programa de Tratamiento Total Henri Chenot, basado en un método de su invención al que ha bautizado como Biontología. Una combinación de biología, psicología y medicina china modernizada que a través de la dieta, la hidroterapia y los masajes mete en cintura las toxinas que el cuerpo acumula por los malos tratos a los que los ricos, y los pobres, lo someten y lo perjudican malamente. Pero mientras que los pobres nos las apañamos con recursos tan sencillos como veranear en Benidorm dos semanas, trincar una paellita o barbacoa dominguera e intentar superar la recesión comprando litronas en vez de botellines –que sale más apañao de precio-; los ricos se ingresan en un hotel de lujo, rodeados de camareros solícitos y terapeutas expertos en desbloquear energías, controlar calorías y dar explicaciones de lo mal que comen y enfocan sus abundantes vidas.  Pero a lo que iba, que pagan como mínimo 4.600 eurazos por pasar una semana de sufrimiento para recuperar las energías y tener un organismo como los chorros del oro, impoluto y limpio de toxinas, que les permita seguir con sus agitadas vidas.





El plan no tiene desperdicio. Al ingresar, te realizan un chequeo completo, con escáner y bioimpedancia incluido, en el que te preguntan de todo, hasta a la hora en que tienes costumbre de evacuar tus residuos y cuántas veces. Por supuesto, te miden y te pesan. Tras pasar este minucioso checking, te prescriben tu plan personalizado. Si tienes suerte, porque lo que te sobran son más toxinas que otra cosa, te incluyen dentro de los menús Biolight; si la grasa abunda, pasas al grupo de la dietética adelgazante. Yo tuve suerte, me sobran sólo toxinas y al parecer mis grasas están dónde deben estar, en mis bonitas cartucheras que para eso soy mujer. A pesar de que me dijeron que estaba sana como una manzana –debe ser esta vida de pobre que llevo- me sometí con curiosidad a la dieta Bioligth. El primer susto me lo llevé en el desayuno, con eso de que estaba en un hotel de tropecientas estrellas, lo pedí en la habitación con la intención de tomármelo en mi terracita con vistas a Las Dolomitas más chic. Tres rodajitas finitas, finitas de kiwi, dos fresas partidas en cuatro trocitos y alrededor de 20 taquitos de manzana en un platito y una taza de tisana detox, en eso consistía mi placer gastronómico para “la colazione”. Casi mato al camarero o me lo como con pajarita y todo. Me contuve y me pasé las cuatro horas siguientes deseando que comenzara el turno del almuerzo, a las 12.30 de la mañana, para abalanzarme sobre cualquier tipo de vianda que me pusieran delante. Tenía tanta hambre, que hasta me comí una hoja de no sé qué árbol que me habían puesto como lecho decorativo para sustentar las crudités (para los ajenos al lenguaje chic, verduras crudas) que me sirvieron de primero. Porque la fruta y la verdura siempre hay que tomarla por delante para que el organismo comience a purificarse; después, una sopita de hortalizas –y digo sopita porque me la trajeron en una taza de del tamaño de Pin y Pon– y de tercero un filete con verduritas, toda una bendición. Postre ni por asomo, la tisanita digestiva y hasta la cena, a las 20h, que aún sería más frugal que la comida. A las 22 horas tenía tanta hambre que me abalancé sobre el minibar a pillar lo que hubiera: una botella de agua, el resto estaba desolado de cualquier cosa que echarse a la boca.


En mi segundo día decidí que yo estaba allí de periodista, que estaba como una rosa y que iba a seguir la dieta biolight estricta Rita. Hablé con el camarero que me habían asignado y le di tanta pena que en el desayuno ya me puso un yogur, dos trocitos de pan integral lleno de frutos secos y un capuccino, además de la fruta. A pesar de que me habían aumentado las raciones, por la noche seguía teniendo más hambre que el perro de un ciego. Me puse mona, cruce el puente que separa el hotelazo del núcleo urbano de Medano y me fui directa a una heladería. Sí, me metí entre pecho y espalda tres bolas: de chocolate, de frutos del bosque y de limón. Me supieron a gloria. Al día siguiente, me sumergieron en una bañera de hidroterapia, me dieron un masaje de muerte de bueno con ventosas chinas, me envolvieron en barros y me pesaron, 750 gr menos que a mí llegada. Casi me da un yu-yu cuando me enteré de que el tercer día que te pasas ingresado, directamente no te dan de comer. Ayuno, solo calditos y aguita de limón, mucha aguita de limón porque en todo el hotel no hay otra cosa para beber. Me negué, claro, “que yo estoy aquí de visita y luego lo escribo, le dije a Andrea, mi camarero”.  En esos momentos, al comensal de la mesa de al lado –un tipo con pinta de mafioso y con un tripón como el de Buda– sometido a la tiranía de la dieta estricta-, le trajeron su tercer plato: un rissoto de verduras compuesto por unos 30 granos de de arroz y 20 taquitos de verdura; la echó una miradita a su camarero que yo creía que le sacaba la pistola y lo aniquilaba allí mismo. Con un aplomo pasmante, el susodicho camarero, le espetó “órdenes del médico”. Al día siguiente, había desaparecido del Hotel, estoy segura que al amparo de la oscuridad se había largado a la trattoría más cercana a atiborrarse de pizzas, pastas y chiantti.

Yo sólo estuve tres días a plan y perdí 1.550 gr., que no he vuelto a recuperar. Y coñas aparte, tengo que admitir que el plan es bueno, que me han enseñado a comer mejor y que cuando me marché, me hubiera quedado hasta el final del tiempo establecido porque me sentía mejor que nunca: más limpia y ligerita por dentro y con una vitalidad de envidia por fuera. Ahora entiendo porque los ricos pasan hambre por lo menos una semana al año.

4 Comentarios

  • claudia
    Posted 14 June, 2010 8:33 am 0Likes

    Me parto de risa….a mi me hubiese pasado lo mismo. Al menos perdiste un kilo y no lo has recuperado….aún.
    Chao.

  • Muyuyu
    Posted 14 June, 2010 9:09 am 0Likes

    Bufff, yo estoy a dieta, pero por lo que narras, no lo veo una dieta para nada equilibrada, claro que pierdes, si te matan a hambre, si ayunas, y a los dos días 8 kg de golpe.
    Creo que en Marbella tb hay un sitio así..

  • Andrea Cuesta
    Posted 14 June, 2010 10:25 am 0Likes

    Pienso lo mismo que Muyuyu, si yo comiera así de poco estoy segura que perdería también ese peso en dos días, pero también pienso que como dice Enma se trata de una desintoxicación más que una verdadera dieta….Qué grande eres, me he muerto de risa con lo de los helados…jajaja

  • John Queras
    Posted 14 June, 2010 12:32 pm 0Likes

    Querida Enma: si el secreto está en pagar 4.600 euros del ala y que encima no te den de comer, te propongo que el próximo programa desintoxicante lo hagas en mi casa, mucho más barato y, además, en lugar de tener que irte hasta el tirol italiano, basta con que te quedes por la Arganzuela. Eso sí, el momento triple bola de helado es lo más.

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