Mi amigo Edu es ilustrísimo oficial desde el 30 de mayo de esta primavera. Y lo es porque el Ayuntamiento de Sevilla le ha galardonado con la Medalla de Oro de la ciudad. Un pedazo de honor que le concedieron por “aglutinar las inquietudes y sueños de una generación”. Y es que mi amigo Eduardo Rodríguez Rodway es Triana, el único miembro vivo de aquel grupo mítico que abrió la puerta a la fusión entre sones en principio antagónicos, pero que hoy son un género en sí mismos.

Sí, Triana amalgamó los compases del flamenco con los del blues y el rock. Creó escuela. Alameda, Medina Azahara, Ketama, El Bicho o El Barrio… siguieron su senda musical. Mi amigo Edu es un Maestro en muchas artes, pero sobre todo es un sabio de la vida. Si en lo musical derribó fronteras, su filosofía existencial es toda una terapia. Ya no toca la guitarra en público –el privilegio de oírlo solo lo tienen sus nietas y su perro-, pero escucharle cuando habla de las cosas que importan es una lección de humor, experiencia y buen rollito. Todo un máster del saber vivir que yo repito desde hace 14 años. Una semana practicando la Cañosterapia a la vera de su Ilustrísimo espíritu ordenan mi conciencia, me arreglan el cuerpo y desintoxica mi alma.
He probado muchos tratamientos, muchos masajes, muchas terapias, pero los beneficios de 8 días en Caños de Meca (Cádiz), en La Menta (Tel. 956 437 133 o www.mentaycanela.es), una de las casitas que alquilan Edu y Mar – su mujer y compañera desde hace 40 años- no tienen parangón. (Por cierto, aún quedan un par de quincenas libres para los rezagados estivales). Ni las clínicas de reposo para millonarios, ni los balnearios con más caché llegan a obrar en mí tanto milagro como la Cañosterapia. Aquí no hay Jet-Set, ni centro comercial, ni bares de moda. Aquí hay playita de arena blanca y fina, un mar turquesa que ya es océano y un chiringuito a pie de orilla, el del Kiko, que cobija a un elenco de personajes reincidentes, que están de vuelta de muchas cosas, pero que retornan siempre a practicar la vida más saludable. ¿Protocolo? La terapia comienza con un bañito refrescante, el agua suele estar entre los 20 y los 22 grados, después de haber recorrido los 200 metros que separan mi casa de la orilla caminando porque el coche es un factor de estrés para aparcarlo y hay que ejercitar el paseo, que ayuda a pensar. Tras el chapuzón, otro paseíto, pero con las olas por el tobillo para que el agua se evapore, la piel chupe lo bueno del yodo, el sol y la brisa marina y la circulación periférica se reactive con un pediluvio natural irrepetible. Edu ya no toma el sol directo, no es bueno para sus lunares y para los míos tampoco. Así que húmedos para estar frescos, llega el momento crucial del chiringuiting. O lo que es lo mismo, acomodarse en una mesa donde nunca faltan viandas del lugar –papas, caballita, sardinitas, pipirrana, jamoncito…- acompañadas por un Tío Pepe, una cañita o un tinto de verano. Todo frío, frío y bien alimentado para que no pegue demasiado. Cuando la conversación o la botella de fino se agotan, o el cuerpo pide retirada, otro bañito para despejar el sobrante etílico y vaciar los líquidos acumulados y a casita a comer.


Yo creo que el famoso Brunch lo inventaron los ingleses que recalaron en esta zona y eran incapaces de abandonar la playa para cumplir con los horarios británicos. Nunca como antes de las cuatro de la tarde, eso sí, el almuerzo se compone de un buen compendio de vitaminas, oligoelementos y ácidos grasos omega 3 y 6. El menú terapéutico, con pequeñas variantes, lleva fruta, gazpachito, patatas fritas, ensaladita y un filetito de barriga de atún rojo de la Almadraba – que por cierto, los japoneses lo codician de tal modo que casi nos dejan a los lugareños sin el manjar; la propia Junta de Andalucía ha tenido que poner coto comercial a tanta compra masiva nipona-. Después, el cafetito y un chupito de buen guisquise, antesala de la práctica del yoga ibérico, o sea, de la siesta. Sin abusar, porque sobre las 7 de la tarde, hay que recalar de nuevo en el chiringuito, para darse el baño de la tarde, a esa hora mágica en la que el viento amaina, el mar se plancha y sol es cálido pero no agresivo. Esos son los UV que yo tomo, los que mi piel agradece y mi mente también. Porque aquí he descubierto que mirar el atardecer fotográfico no es sólo un goce para la retina, sino parte de la terapia lumínica de Los Caños. Mi amigo Luis, el monje zen del chiringuito, dice que recarga energías. La cromoterapia natural aumenta su eficacia gracias a la musicoterapia que acompaña al ocaso gaditano: Police, Dire Straits, Camarón, Celia Cruz, Radio Futura,… de todo, menos horteradas. Cuando el aire retorna a su reino, es hora de volver a casa. A la ducha y a las cremitas hidratantes que sellen los beneficios de la playa. Tras la cena, la noche es joven. En La Intemperie, que así se llama el porche abierto de Eduardo y Mar, no falta el chupito, el humo de un cigarrito bien aliñao y la conversación en la que Edu me demuestra que es un poeta de la vida y uno de los seres más sabios y auténticos que conozco. Un ilustre del buen vivir. Practicar la cañosterapia tiene premio y resulta muy asequible, “simplemente hay que dejarse llevar por el compás de la tierra“, dice Eduardo. Y yo le sigo.

3 Comentarios

  • Gadirroja
    Posted 28 June, 2010 7:12 am 0Likes

    Pedazo de post!! Soy de Cádiz (pero vivo en la alpujarra), me acabas de saltar dos lagrimones!!!

  • Andrea Cuesta
    Posted 28 June, 2010 11:31 am 0Likes

    Yo me voy a Cádiz este verano y me han dado ganas de estar ya ahí. Muy bonito!

  • agoraleti
    Posted 28 June, 2010 3:24 pm 0Likes

    Qué lujo y qué maravilla! Yo tb quiero cañosterapia, gracias por compartirlo! 🙂

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