QUINTA AVENTURA EN EL BOSQUE, por ENMA DE SCARADA

Hace cinco años que doy clases en el Máster en Comunicación de Moda y Belleza que imparte Vogue en colaboración con la Universidad Carlos III. Aún recuerdo el primer día que me subí al estrado. Me habían indicado que lo más adecuado era trasmitir mi sabiduría a través de una presentación en Power Point, pero el maldito programa y yo nos peleamos a muerte la noche anterior, porque sé mucho de lo mío, pero soy una inútil informática declarada. Ni corta ni perezosa, decidí que si yo estuviera en el lugar de mis alumnos lo que me gustaría es que me dejaran palpar, oler y sentir la belleza antes que verla reflejada en una pantalla. 





Así que cogí una trolley roja que me había regalado Shiseido y la llené con todos los productos de los que pretendía hablar. La primera clase versaba sobre cosmética nicho, esa que se encuentra sólo en puntos estratégicos, que cuenta con una historia personal detrás y que se hace menos nicho y más comercial cuando famosos de toda índole pregonan a los cuatro vientos que son fans de sus virtudes. Sobre la mesa del profesor desplegué perfumes, cremas, champús, maquillajes y ediciones limitadas. “Mis joyas de la corona”, fueron palpadas, olidas y sentidas por los 28 alumnos que disfrutaron de la experiencia extasiados de tener entre sus manos los mismos productos que revistas como Vogue dicen que hay en los tocadores de los más envidiados. Fue entonces cuando decidí pasar, sin encomendarme a normas ni protocolos, de los conceptos tecnológicos y sustituirlos por los tangibles y reales. Me motearon como Mary Poppins, por aquello de las sorpresas que sacaba de un bolso. Me gustó el apodo, así que seguí en la línea y cuando me tocó hablarles de tecnologías y aparatos, los pasee por el Instituto Médico Láser para que sintieran en sus carnes el calor de la Radiofrecuencia o la potencia del Láser; los llevé a Carmen Navarro para que vieran en directo en qué consiste un buen tratamiento estético en cabina y los rocíe con las esencias de las principales familias olfativas cuando me tocó hablar del mundo del perfume.
Y llegó el momento de impartir conocimientos sobre el bienestar, el tan traído y llevado wellness. Todo un reto, ni Mary Poppins es capaz de meter en una Trolley un circuito termal, las camillas de Shidodido o una asanna de yoga. Sin embargo, probar es creer y caer mil veces en la tentación, y si hay algo que me gusta es despertar la curiosidad y sucumbir de lleno en lo bueno. Me los llevo a El Bosque, (tel. 918 573 149 de Madrid); el único centro de wellness con balneario orientado al desarrollo personal y humano de España, donde lo ayurveda se combina a la perfección con el termalismo, el buen comer, la belleza y la salud en un entorno privilegiado (a las faldas de la Maliciosa, una de las cumbres más altas de la sierra madrileña). Llamé a mi amigo Antonio Quilles, director de comunicación del centro y le conté la película. Entre los dos organizamos una jornada termolúdicagastronómica, que cada año supera al anterior.
En esta quinta ocasión, mis cachorros, llegaron puntualísimos a la cita. Mientras visitamos las instalaciones, fantásticas, por cierto, oía comentarios: “aquí tengo que venir con mi novio” – a una de esas veladas románticas de los jueves que incluye alojamiento, cenita con piano en directo y circuito termal por menos de lo que cuesta salir de parranda un finde de cena y copas y con un final mucho más sensual (si, el sexo también embellece)-. Entregados a la causa holística, entró en escena Gustavo, el profesor de Yoga, que durante dos horas –que transcurrieron en dos minutos- nos hizo una introducción práctico-teórica y nos embelesó con sus palabras sobre la belleza interior, “todos somos hermosos tigres de bengala en la selva”, nos dijo. Y sintiéndonos todos guapísimos por dentro, tumbados en colchonetas en una sala con vistas a la Maliciosa, más de uno se percató de que el Nirvana no es sólo un grupo de música, sino un estado de bienestar que se puede alcanzar a través de la práctica de técnicas milenarias como el yoga. Si Antonio no nos saca de allí, no hubiéramos ido a comer. Un almuerzo con sorpresa, un regalito para todos de parte de Dior y un brindis con cava, agasajo de la casa, por el buen rollito y la buena suerte para todos. Como colofón, nos esperaba la prueba de fuego, dejar las vergüenzas corporales de lado, enfundarnos el traje de baño y disfrutar durante 90 minutos de un circuito termal mancomunado. Allí nos sumergimos todos. Allí nos deleitamos entre chorro y chorro hasta que con los cuerpos relajados y la mente casi en blanco, mis “tigres” y yo nos despedimos hasta más ver. La aventura de este año ha sido hermosa, cuando regrese el que viene con mi “nueva camada”, espero que El Bosque nos siga acogiendo como hasta ahora. No sé si mis clases son ortodoxas, pero sí que yo aprendo en ellas tanto como espero que aprendan los que me escuchan, sienten y padecen como profesora.