LA TÍA SE QUEDÓ CON EL FRASCO, por JUAN LUIS CANO

Yo antes usaba otra colonia, pero desde que pusieron frente a mi oficina una perfumería que tenía unos frascos de muestra y descubrí uno de un tal Issey Miyake, cambié de marca. Primero dejé de comprar, porque deduje que sería un gasto absurdo. Había descubierto una fragancia que me gustaba más, que hacía mejor química con mi piel y con la que me sentía más atractivo y seductor. Yo me sentía así ¿Qué pasa? Eso no significa que tras rociarme con aquellos efluvios sedujera o resultara irresistible a nadie, pero yo me sentía así y punto. Pues a lo que voy: Que un día noté como una de las dependientas me caló y me miró con inquina, incluso me atrevería a decir que con asco. Interpreté que veía en mí a un jeta, que con tal de no gastarse en un simple frasco de colonia era capaz de hacer kilómetros para perfumarse cada día por el morro, fingiendo elegir algún producto mientras pululaba entre los pasillos del establecimiento. Y no era así, os lo juro. No eran kilómetros, eran apenas unos centenares de metros. Pero triunfó el pudor y adquirí, por fin un frasco de tan perturbadora esencia. Entonces, mientras esperaba a que el aparatejo de la tarjeta escupiera mi recibo, la miré, retador, como diciéndole: “¿Ahora qué, bonita?” Hete aquí que ese mismo día debía tomar un avión para trasladarme a Barcelona. Tan sólo portaba una pequeña maleta, de esas que se pueden colocar en la parte superior de “nuestros asientos”. Es decir, lo que vulgarmente conocemos como “personal belongins”. En mi pequeña maletita introduje mis papeles, mi cepillo de dientes y mi tubito de pasta dentífrica, mi Ipod y la novela que me había empezado a leer el día antes. Una de un ruso afincado en París que se titulaba “Espécimen macho” que había arrancado muy bien. Y justo cuando pasaba el arco de seguridad, la tía bigotuda que escrutaba el contenido de mi maletita a través de la pantalla de rayos X dijo: “Abra la maleta, por favor ¿Qué es ese frasco? “ No me lo podía creer ¡Mi frasco de Issey Miyake sin estrenar!
– ¿No me diga que me tengo que someter a la autoridad de alguien que trabaja en una empresa privada, que ni siquiera es policía y que no sabe lo que es un puto frasco de colonia?

– No puede pasarlo.

– ¿Qué?

– Que no puede pasar el frasco al vuelo, caballero.
Despotriqué, dudé de manera groserísima de la honestidad de sus antepasados, me cagué en sus muertos, la llamé ladrona, le dije que si se creía que era idiota y que no sabía que se lo quedaban ellos… Que sí, que sí, que se quedó con la colonia y yo me dirigí hacia mi avión con cara de pasmarote, murmurando entre dientes y sin mi frasquito querido de Issey Miyake. La plasta que le di a mi compañero de asiento no quiero ni recordarla. Menos mal que me parece que me dijo que era de Canadá y no hablaba ni papa de castellano. Por cierto olía estupendamente.